sábado, 19 de noviembre de 2011

El equilibrio.

En cierta ocasión, dando un curso, les puse un ejercicio a mis alumnos. Consistía en rellenar un folio por ambas caras sobre quiénes eran cada uno de ellos. Tenían una hora para reflexionar un poco sobre ellos mismo y cumplir con su cometido. Acabado el tiempo y, cumpliendo con mis expectativas, pocos fueron los que pudieron llenar, si quiera, medio folio, y los que consiguieron completar una de las caras, fue porque incidieron en detalles sin importancia que sólo contaban hechos sin matices que no decían más que eso. A la hora de nombrarse con adjetivos, aparecían bastantes apelativos negativos, camuflados para que no parecieran tan malos y pocos buenos, adornados en el contexto, para no parecer soberbios. Todos hicieron una descripción muy somera sobre sus personalidades, haciendo más bien hincapié en “quedar bien con los compañeros” pues una de las instrucciones dadas fue que el ejercicio se leería en voz alta. Lo que mis alumnos no sabían era el verdadero objetivo de esta actividad. Era un ejercicio de autoestima que tenía como principal misión hacerles ver cuál es el conocimiento que tenemos de nosotros mismos y hasta qué punto nos importa la opinión y el criterio de los demás, tanto que no somos capaces de ser honrados con nosotros mismos.  ¿Cómo es posible que no seamos capaces de escribir un solo folio contando quiénes somos, si convivimos con nosotros mismos todos los días? A todos le costó una barbaridad terminar con la actividad y a todos les costó igual hablar sobre sus cosas positivas y sus propias virtudes. No me extraña, por otra parte, que así sea. Vivimos en una sociedad capaz de alegrarse más por el fracaso ajeno que por el triunfo propio. Nos compadecemos del que habla abiertamente de sus defectos, del que se justifica por hacer algo mal, porque, por ejemplo, es un patoso. Lo justificamos nosotros también, porque no nos gusta maltratar a nadie porque sea, siguiendo con el ejemplo, patoso y al final, terminamos intentando ayudarle o si, se lo monta bien, haciendo el trabajo por él, porque, el pobre, es patoso. Al contrario,  pobre de aquel, que hable abiertamente de sus cualidades, que hable de lo bien que se le da hacer algo  o comente que es bueno para una determinada tarea, entonces,  que se olvide ya de recibir alguna ayuda, de esperar que alguien se compadezca de un error; la gente va a dar por hecho que esa persona es un prepotente engreído que no merece más que le salgan las cosas mal para que no sea tan soberbio. Quizás esté exagerando, pero en líneas generales, es así. Fijaos sino, en dos figuras del futbol. Aunque no entiendo mucho de esta cuestión, creo que Cristiano Ronaldo y  Leo Messi, tienen números parecidos en cuanto a goles, y ya sé, que, según de qué equipo seas, unos dirán quién es mejor que el otro, pero los datos son los datos, y andan bastante igualados.  Me consta, que el primero cae, o eso creo, por los comentarios que oigo, peor que el otro. Y esto debe ser, entre otras razones particulares de cada uno, que Cr7, o como quiera que le llamen, así de pronto y por los comentarios que le he oído, parece mucho más chulo que Messi. Es verdad, que la humildad y la sencillez es un grado, una virtud encomiable de las que pocos pueden presumir, más que nada, porque si presumen de sencillez y humildad es que no lo son mucho. Pero para mí, es mucho peor la falsa modestia que la soberbia. La autoestima tiene mucho que ver con esto. Saber que para algo somos buenos y reconocerlo no tiene nada de malo si sabemos también que siempre se puede ser mejor, cometer errores y que puede haber alguien que te supere. Al igual, saber reconocer nuestros defectos, entendiendo, de la misma manera, que se pueden mejorar, que no por esto somos lo peor de mundo y que debemos querernos y saber perdonarnos de igual forma. Una persona equilibrada te dirá, si se le da bien la cocina, que le gusta cocinar y lo hace bien, que quiere seguir aprendiendo y aceptará, de buen grado, cualquier sugerencia que le ayude a mejorar. Un soberbio y prepotente, te dirá que es el mejor cocinero del mundo que no hay nada que pueda hacer para mejorar su don. Y un falso modesto te dirá: - mirad este plato que me he pasado haciendo  5 horas, es una reducción de Módena con geleé de mango a baja temperatura, sal del Himalaya, con lo huevos blanqueados, no batidos… se me ha quemado un poco porque el horno está mal, y a lo mejor está salado, porque la sal  tan exclusiva que uso, sala mucho, pero no me alabéis por ello, son tan buenas materias primas que cualquiera, a nada que sepa un poquito cocinar, lo haría igual de maravillosamente que yo-. El soberbio ignora que tiene limitaciones, y piensa, como ignorante al fin, equivocado en su propio desconocimiento, que es el mejor. El tiempo se encarga de ponerle en su sitio, casi siempre. Pero el falso modesto… sabe de sus limitaciones pero las esconde disfrazadas de otra cosa, para aprovecharse de una virtud de la que carece y obtener igual el beneplácito del otro, no tanto por la supuesta cualidad, en este caso, la cocina, sino más bien, por su inferida modestia. Si no es tan buen cocinero como espera de él mismo, igualmente será alabado por su esfuerzo y porque, el pobre, ¡qué modesto es! Para mí es mucho peor, y me fió mucho más de alguien, que habiendo demostrado su valía, es capaz de reconocerla porque si es así, también será capaz de reconocer sus propios defectos, que como ya sabemos, de ambas cosas, tenemos todos.
  Nuestro equilibrio depende de nosotros mismo, de lo que seamos capaces de conocernos y querernos. Negar que los demás nos importen es vivir de espaldas a lo que somos. Claro que nos importa lo que piensen todos los que nos rodean pero esto no puede en, ningún caso, mediatizar lo que nosotros pensamos sobre nosotros mismos. La opinión de los demás sólo depende de ellos. Yo me aplico una teoría que me funciona muy bien y me ha evitado más de un sufrimiento. Caer bien o mal, no depende tanto de mí sino del que me mira, porque el que me mira tendrá ciertas características que valora más que otras, y de la misma manera que le pueden parecer interesantes en mí algunas cosas, otras le pueden parecer detestables y no es problema mío para nada, ni del otro, simplemente es que cada uno somos de maneras distintas, ni peor ni mejor, y valoramos las cosas de maneras diferentes. Si para alguien soy estúpida, lo seré desde su punto de vista, y desde su punto de vista también tendrá sus propias razones para creerlo así, igual de importantes que las mías para no creerlo. E intento reconocer mis virtudes, compartirlas y mejorarlas, corregir mis defectos y perdonarme por ellos. Intento mejorar cada día, aunque para mí mejorar, no tiene que ser lo mismo que para otro, y sé que mis defectos a alguien no le tienen por qué parecer tan malos como lo son para mí o mis virtudes tan buenas como yo las veo, y así, voy viviendo, intentando guardar el equilibrio entre lo que yo pienso de mí, lo que los demás piensan y lo que yo pienso que piensan los demás.

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