martes, 22 de noviembre de 2011

Entre dos mares. Primera parte.

Llegué temprano. Desde la ventanilla del avión ya se insinuaban, entrecortadas entre nubes rosadas, las puntas de los minaretes. El sol me deslumbraba despertándome del sopor del viaje. Brillaba reflejado en el mar que quedaba a mi derecha. Entre nube y nube, resplandecían también, las crestas de las olas que, animadas por la luz del momento, parecían ser de plata. Me incorporé y adecué mi asiento a la posición propia del aterrizaje sin dejar de mirar por la ventanilla empañada, con ojos curiosos y ansiosa inquietud, intentado adelantarme al momento de mi llegada. La ciudad que tantas veces había visto en libros y documentales de viajes, quedaba bajo mis pies y no veía el momento de recorrer, por fin, todas sus calles singulares. Intentaba guardar esa visión aérea en mi memoria y reconocer los hitos más importantes del lugar a vista de pájaro, para tener una imagen más completa de los sitios que, más tarde, contemplaría. Me encanta esta sensación de impaciencia y emoción que se apodera de mí cuando estoy a punto de realizar un sueño, de llegar a algún país o ciudad que visito por primera vez. Me dejo llevar, lo disfruto y no le pongo ningún remedio. Parezco verdaderamente una niña el día de los reyes magos. Ansiosa, inquieta, sonriente… mil veces recreo en mi cabeza evocaciones hechas por mi imaginación de las maravillas que me puedo encontrar, y ante la realidad de poder verlas con mi propios ojos, me pongo nerviosa, expectante, feliz de poder comprobar si el ejercicio de mi mente se ha quedado corto o me esperan sorpresas inesperadas, nunca decepcionantes; a pesar de que mi imaginación siempre ha sido desbordante tengo la cualidad de ver, hasta en el peor de los casos, el lado positivo y la belleza que no me canso de buscar en todos los matices de un viaje. Sensaciones, sonidos, gentes, una pequeña tienda, olores, una imagen cualquiera, todo puede ser interesante. Lo nuevo me inspira y despierta mis sentidos de una manera brutal, están alertas y dispuestos a dejarse llevar por las experiencias.
                Nada más bajar del avión e ir a recoger la maleta, sentí en mi piel la humedad del entorno; El aire acondicionado disimulaba la temperatura pero era evidente, siendo tan temprano, esa sensación pegajosa y de altitud térmica que confiere la humedad a las ciudades con costa. Ya había buscado instrucciones de qué hacer a mí llegada y me fui directa en busca de la parada de autobuses que tardé un rato en encontrar. Había pocas indicaciones en inglés por el aeropuerto. Por suerte, las carencias de indicaciones que yo pudiera entender fueron compensadas por el conocimiento del idioma de las personas a las que pregunté. Me sentía más nerviosa aún  que en el avión; dentro de aquel aparato tenía cierta seguridad de la que ahora no disponía enfrentándome sola a un sinfín de posibilidades; no tenía miedo, tal vez algo de incertidumbre, pero no miedo, al contrario, me parecía totalmente estimulante poder hacer un viaje con la única compañía de mi cámara de fotos y un diario de viaje que tengo por costumbre, llevar siempre encima. Cuando por fin salí del aeropuerto, pude comprobar cómo, las impresiones sobre la temperatura eran acertadas. Estábamos a mediados de septiembre y no creo que el termómetro superara los 25 grados aunque la sensación era bastante más sofocante. El pelo inmediatamente se me pegó a la cara y enseguida comencé a sudar. Mis pantalones vaqueros parecían pesar el doble y me molestaba cualquier roce de la ropa con la piel. El olor a mar, gasolina, humo de los coches, bullicio de gentes alrededor, asador y un sutil pero perceptible aroma a especias embriagaba mi nariz y me iba a acompañar todo el viaje. Miré a un lado y otro y pude adivinar la ciudad a lo lejos. Azul, gris y naranja eran los colores que destacaban en el horizonte. Mientras paseaba hasta hotel sentada en aquel autobús viejo, beige, ruidoso, con los asientos de piel sintética raída que dejaban ver la espuma mullida amarillenta que asomaba entre las desgarraduras del uso, iba escuchando el sonido de los distintos idiomas, un crisol de culturas en aquel transporte destartalado. Extranjeros y vernáculos conviviendo por un momento en una pequeña travesía, cada uno con sus vidas y sensaciones propias de la misma ciudad, con mil motivaciones diferentes que nos llevan a coincidir en ese preciso instante, en ese preciso lugar en el que se cruzan por un efímero momento, nuestros destinos.
Diviso edificios antiguos con fachadas llenas de hollín, hileras de ellos dibujan el paisaje urbano y de repente, cientos de mezquitas aparecen otra vez, apuntando al cielo con sus minaretes. Algún jardín con fuentes en medio de los barrios populares. Una ciudad imponente de ir y venir, los coches nos adelantan a temeraria velocidad y de pronto, la carretera se transforma en autopista y vamos dejando de lado la ciudad entre colinas y aparece a lo lejos el mar. Nos disponemos a cruzar un gran puente elevado. Miro a un lado, veo casitas blancas que se dejan acariciar por el agua salada, más mezquitas y a lo lejos, construcciones que puedo identificar. La ciudad me saluda espléndida y suculenta; entonces me doy cuenta de que estoy entre dos mundos. Dejó Europa a mi espalda y recibo a Asia contenta; el Bósforo se deja querer; un mar de mármol  a levante, el Mar Negro a poniente. Soy consciente en ese mismo momento, acabo de cruzar el puente suspendido de Atatürk y Constantinopla me llama a voces, llevándome  suavemente hasta sus brazos de fascinación exótica y cuentos de las mil y una noches, de miel y semillas de alcaravea. Disfruto de una euforia repentina y me veo dispuesta a dejarme seducir por todo lo que Estambul podrá brindarme.     

2 comentarios:

  1. Muy bien,precioso relato.Saludos.

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  2. Eva, a veces comenzaba las clases a partir de un texto cuidadosamente elegido,donde abundasen los conceptos lingüísticos y literarios que a la sazón, hubiese de transmitir. A fe que no habría encontrado mejor modelo para comentar la diferencia entre narrativa y descripción y en destacar la habilidad de los buenos escritores en alternar sutilemente ambas. En desplegar toda una batería de recursos estilísticos y literarios que llenan de expresividad y belleza tan vivo relato: Imágenes sensoriales, vivas prosopopeyas, oportunas y sencillas hipérboles. salpicado de toda una amalgama de adjetivos ora especificativos ora bellos epítetos, que... además llenan la escena de inocencia, dulzura y candidez.

    ¿Esa eres tú?
    La espectante emocionada
    la inquieta sonriente,
    la ansiosa e impaciente
    La feliz ilusionada...

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