domingo, 11 de septiembre de 2011

Gracias a Dios.

Soy creyente, creo en el ser humano. No practico ninguna religión, pero leo sobre muchas de ellas porque me interesan como fenómeno de estudio  y porque creo que tienen mucha influencia en este mundo donde vivimos. Me apasiona el método dialéctico del Talmud para estudiar e interpretar la Torah, el Pentateuco judío; el misticismo de la Cábala. La cultura sabia del Islam, su arte, las danzas y músicas sufíes; la hospitalidad de sus pueblos. La búsqueda de la sabiduría y la paz, el respeto por todos los seres humanos y la naturaleza del Budismo. Los iconos ortodoxos; el arte sacro y eso de amar al prójimo del Catolicismo… Cada una de las religiones que conozco de las que he leído algo, tienen algún punto positivo que destacar.
Como he dicho, no soy practicante y me considero básicamente arreligiosa, aunque espiritual y creyente. Creo en “algo” que no puedo definir, en algo superior a nuestro entendimiento, en algo que no se puede nombrar porque no sé qué nombre ponerle. Aunque la mayoría de las cosas que nos sorprenden pueden explicarse a través de la ciencia, hay cosas que no llegaremos nunca a entender, afortunadamente. Compasión, amor, belleza, sensibilidad, para mí, tienen una gran carga de espiritualidad; siento a veces, la presencia de ese algo en muchas cosas, a pesar de que, en todas ellas influya de una manera u otra, neurotransmisores y procesos electroquímicos. La fe se puede definir como creer en “algo” que no se puede ver, y,  por supuesto, es totalmente poderosa. Como no sabemos, a ciencia cierta, si  en lo que creemos es cierto, aunque pensemos, sin ninguna duda que lo es, no hay ninguna razón para pensar que una creencia es más poderosa o más auténtica que otra. Para cada cual,  su “dios” es el único y verdadero al margen de datos y pruebas históricas y científicas que puedan sustentar o no algunas fundamentos religiosos. Por eso, respeto profundamente cualquier fe, por muy distinta que sea a la mía,  porque se siente muy adentro y como algo muy real, profundo y verdadero, porque sé, que para cualquiera, sus creencias y manifestaciones son tan verdaderas y auténticas como las mías, aunque yo no tenga ninguna religión de cabecera. Cuando veo en algún documental, expresiones de la fe de otros países lejanos, en ocasiones, me quedo asombrada por la particularidad y excentricidad de alguna de ellas: hombres que se cuelgan de unos palos a través de unas cuerdas que terminan en unos ganchos como enormes anzuelos de acero que atraviesan sus pieles; peregrinaciones increíbles con miles de seres vestidos de blanco alrededor de un pequeño templo; hombres que mueven sus cabezas arriba y abajo, una y otra vez, mientras rezan mirando a un muro de piedra, personas que encajan sus súplicas y peticiones en los huecos que hay entre los ladrillos amarillos de lo que queda de un antiguo, antiguo palacio… en fin, miles de cosas que, en principio, sin mirar más allá, pudieran parecer ilógicas; mas analizo los ritos propios de la cultura en la que me crié y me sorprendo al ver que son, en un mismo momento, igual de excéntricas y sorprendentes, lo que ocurre es que en este caso, se me hacen menos extrañas porque las conozco desde niña y me las han explicado: personas que cargan sobre sus hombros estatuas y símbolos de madera paseándolos por las calles de los pueblos o ciudades; hombres que fustigan sus espaldas desnudas con látigos punzantes; miles de seres humanos que se agrupan en un determinado lugar para escuchar lo que tiene que decir un hombre vestido de blanco al que todos reconocen como el emisario de Dios en la tierra, el testigo de la primera iglesia… En fin, sorprendentes de igual manera. Al analizarlo, me digo: - ¿Quién soy yo para criticar y poner en tela de juicio otras religiones, sus creencias y su cultura? ¿Con qué prepotencia puedo creerme mejor o pueden ser mis ideas y manifestaciones más verdaderas que otras sino puedo argumentarlo al igual que los demás tampoco pueden?-  Es bastante sencillo de entender que si mi cultura, eminentemente católica, tiene cosas, que descontextualizadas, pueden parecer excéntricas a algunos ojos, a otras culturas, impregnadas de otras religiones, les pueda pasar exactamente lo mismo. No entiendo, entonces, por qué las religiones, compendio de ciertas creencias y premisas de la fe que regulan el comportamiento de los hombres con un espiritual objetivo, traen al mundo tanta guerra, tanta lucha, tanto dolor, y sí, ya sé, que no son las religiones, son los hombres que las apoyan, los que han matado y siguen haciéndolo, por todos los bandos, en nombre de sus creencias. No soy tan tonta como para pensar que el problema de algunas guerras actuales, sólo se deriva en las religiones. A veces, se han convertido en una excusa excelente para luchar por poderes económicos, geográficos (que son, al final, económicos también)…etc. Pero estos motivos sólo  interesan a los más altos representantes. Los que mueren en las calles, lo hacen en nombre de la fe, o en nombre de su cultura, o de una bandera, no en nombre del oro negro y del poder político, y esto, a los de arriba, que no suelen verse involucrados en masacres colectivas, les viene muy bien para conseguir ciertos objetivos. No creo, sinceramente, que haya buenos y malos, vencedores y vencidos, pienso que  con tanta falta de entendimiento, tanta avaricia, hemos perdido todos. Pensando antropomórficamente, me imagino a ese ser superior, allá arriba sentado en un butacón de terciopelo rojo, mirando hacia abajo con las manos en la cabeza mientras grita:-  ¡pero, ¿qué estáis haciendo, por qué todos queréis tener la razón, si yo no me llamo ni Alá, ni Dios, ni Yahvé y al mismo tiempo tengo los tres nombres, si ninguno tenéis razón y la tenéis todos, por qué seguís empeñados en hablar en mi nombre?!- Y dicho esto, lo veo levantándose, moviendo la cabeza a un lado y a otro con desaprobación, y marchándose decepcionado con la humanidad, como si nos abandonara a nuestra suerte, como si no hubiera nada más que hacer por nosotros. Claro, esta es una imagen que no puedo demostrar, influenciada por mi cultura y la religión que la envuelve; pero si este ser superior existe y está de nuestro lado, de lado de cualquier ser de este mundo, sin duda creo, que se ha cansado ya de mediar entre nosotros; pese a todo, soy optimista y aún lo podemos encontrar en muchas cosas buenas de todas las culturas, de todas las religiones.
No quiero entrar a considerar o puntualizar las coas negativas que, al margen de creencias, atentan contra los Derechos Humanos, y reitero, que de esto hay una larga lista en todas las confesiones. Sé que este análisis  pudiera ser mucho más profundo de lo que es porque sólo estoy haciendo un “boceto” somero del asunto y, sé, que a algunos les podrá hasta parecer blasfemo el hecho de que yo considere y mida con la misma vara, a todos los “dioses” del planeta. Pero es mi opinión sobre un tema demasiado polémico en el que es muy difícil, visto lo visto, llegar a una única conclusión. Tampoco lo pretendo. Sólo sé que el respeto, la empatía y la comprensión sería un primer paso  que todavía, parece, no estamos dispuestos a dar.

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