lunes, 26 de septiembre de 2011

Mi inspiración.

Es curioso, siempre estoy esperando una idea brillante o genial para ponerme a escribir. A veces, tengo días evocadores en los que cualquier motivo, por insignificante que sea, puede despertar mi imaginación; el sol ocultándose bajo el océano desde mi ventana, un objeto muerto olvidado en un rincón perdido de mi habitación, un gesto de dos enamorados que pasean por la calle... sutiles cosas cotidianas que tenemos alrededor y que, con la mirada adecuada, pueden convertirse en un, por lo menos, curioso relato. No sé si les pasara a otros que compartan conmigo la misma afición: me encantaría encontrar un tema fascinante, un guión maravilloso y sorprendente con el que pudiera escribir un libro, no por escribirlo, sino porque la historia fuera tan atrayente que no hubiera otra opción más que poder contarla, que por sí misma, fuera “carne de cañón” para cualquier escritor, guionista, dramaturgo, consagrado o no. Esta búsqueda de la historia perfecta me lleva a estar atenta, con los ojos siempre abiertos ante posibles acontecimientos “contables”. Tan atenta estoy, que tengo una libreta llena de anotaciones de posibles ideas novelescas… en un viaje a Barcelona, al coger el funicular que lleva a Montjuic, mientras veía esta preciosa ciudad quedar bajo mis pies y me fijaba en el mecanismo de funcionamiento de este medio de transporte casi extinguido, caí en la cuenta de que para que un funicular suba, otro igual tiene que bajar para hacerle de contrapeso y justo en ese momento, nos cruzamos con el opuesto que se dirigía hacia abajo, a mitad de camino, haciendo lo propio. Pensé que los conductores, que usan una manivela obsoleta para hacer subir y bajar el aparato, están condenados a no encontrarse nada más que a mitad de camino, día tras día, hora tras hora y me pareció tan evocador, tan romántico, tan diferente, que apunté en mi libreta: historia de un funicular y sus dos conductores, como una metáfora de dos persona, que por circunstancias ajenas a uno mismo, están penados a no coincidir y que por, esta curiosa treta del destino, también equilibran sus propias vidas.
Otro día, vi en la televisión,  la historia de una niña enferma de cáncer a la que le habían diagnosticado fase terminal; la niña, creo recordar , de siete años, ante su cruel destino y su incipiente muerte prematura, con una lucidez impropia de sus años y un sentimentalismo feroz, escribió notas a sus padres y hermana que fue escondiendo por lugares recónditos e insospechados de la casa, con el fin de que, una vez ella desaparecida, sus familiares la tuvieran  presente en las palabras ocultas que iban encontrando es su quehacer cotidiano. Esta historia me dio mucho que pensar y diferentes enfoques desde lo que podría ser contada: desde el punto de vista de la niña y el relato de cómo tuvo la idea de las notas; lo que escribía en ellas; la madre, su relación con la hija enferma y lo que sintió al encontrar las notas; una escritora que entrevista a la madre para hacer un libro sobre su hija y lo que le inspiró la relación materno-filial y la poderosa fuerza de una niña tan pequeña; o tal vez,  el punto de vista de un observador ajeno a la tragedia, que analizaría los pormenores emocionales de esta manifestación de cariño, tan de película.
Otras veces, me descubro oteando en mi memoria el poco conocimiento que tengo de otras culturas distintas a las mía y me pongo a  imaginar cómo será la vida en otros lugares, cómo será ser peluquero en la India, madre en una tribu del Amazonas, hombre en la etnia china Mosuo, un Dalai lama, pastor en Mongolia… en fin, todas estas vidas me parecen tan distantes, atractivas y distintas a la mía, que podría escribir de cada una de ellas. Y otras veces, personajes históricos sin importancia destapan mi inquietud: el sastre de Napoleón, el médico de Hitler,  el cocinero de Cleopatra,  no sé, distintos sujetos en los que nadie ha pensado que seguro tendrían mucho que decir. Pero al final, aunque todas estas ideas suenen sugerentes, ninguna me parece lo suficientemente buena, ninguna la suficientemente atrayente, majestuosa, excepcional y termino escribiendo sobre mi propia vida, sobre mi quehacer, sobre mis adentros, sobre mi familia, mi amor, mis deseos. Mi vida, que me parece tan aburrida, mis pensamientos, que me parecen tan comunes, mis gentes, que se me hacen tan familiares y cotidianas…quizás a alguien, en el extremo opuesto del mundo, le puedan resultar interesantes. Para mí, casi siempre, son fuente de inspiración porque, aunque no resulten, así, de pronto, apasionantes historias, todas mis gentes pueden ser majestuosas.

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