miércoles, 3 de agosto de 2011

¿Cuánto?

Hace unos días, un amigo me contaba las ocurrencias de su sobrina de 4 años. Le había preguntado a la niña en qué posición se encontraba él (tío político de la pequeña) en su lista de amores. La niña, con una razonamiento impropio de su edad, le dijo que el último: - primero, mamá, después papá, después mi hermanito, después mi tía y después tú, es que, si no te pongo a ti, ¿a quién voy a poner?- En su pequeño cerebro, que apenas comienza a vislumbrar el mundo, tiene claro ya, que, en cuestiones de amor, siempre hay escalafones indiscutibles.
Esta anécdota de la inteligente sobrina de mi amigo, me llevó a reflexionar sobre las medidas de las cosas. Parece ser, que desde que somos muy pequeños, nos enseñan a cuantificar, a ordenar los sentimientos. Utilizamos los ordinales, los superlativos, los adverbios de cantidad, para poner nombre y valor a esas sensaciones extrañas que, de vez en cuando, hacen que nuestros sentidos se atrofien y que nuestras conjeturas racionales dejen de serlo. Realmente no entiendo por qué nos empeñamos en medir lo que no se puede medir, en cuantificar, lo que, por su propia definición, es incuantificable: ¿acaso a alguien, alguna vez, se le ha ocurrido pesar el alma? De la misma manera que no podemos pesar el alma, tampoco podemos medir el amor, no obstante, seguimos empeñados en preguntarle a la gente que nos ama, cuánto nos ama, cuál es el ordinal que no corresponde en la escala de los más amados, cuál es la comparación del amor que siente por nosotros, con otros amores previos… en fin… ¿cuánto? ¿En qué posición? ¿Más o menos? Pero, ¿cómo se mide el amor? ¿Es que yo estoy equivocada, y el amor se puede medir? Y si no se puede medir, ¿por qué nos empeñamos en querer hacerlo continuamente? Para mí, la respuesta es clara: el egoísmo intrínseco que conlleva el propio amor, sí, sí, el amor es tremendamente egoísta. Es que necesitamos estar seguros de que nos aman mucho, de que nos quieren por encima de otras cosas, de que somos los primeros en la lista de los más amados. No nos basta con que nos quieran, nos tienen que querer mucho, nos tienen que querer más que ninguna otra cosa. Cuando uno ama, quiere ser correspondido en su misma medida, quiere compartir todos los pensamientos del otro, quiere que el amado, responda siempre, en consecuencia, al amante, pero, cómo, (vuelvo, otra vez a preguntarme) ¡sí el amor no se mide! Los sentimientos son tan irracionales, que sabiendo que hay cosas incuantificables, seguimos empeñados en querer medirlo, pesarlo, analizarlo, evaluarlo… ¡Dichosos seres humanos!
El amor, en todo caso, es para mí, una cuestión de calidad, y no tanto de cantidad. En un mundo donde estamos solos, aunque muchas veces nos parezca lo contrario, tener la capacidad de amar y de que nos amen, es un maravilloso privilegio, que, pocas veces, sabemos aprovechar en todo su esplendor. El amor es, como apuntaba, egoísta por naturaleza. Todos hemos escuchado o dicho alguna vez, - yo soy feliz si tú eres feliz, aunque no sea conmigo- y todos afirmamos que esta premisa, es sin duda, fiel reflejo de lo que debería ser el amor; sin embargo, todos sabemos también, que en la mayoría de los casos, es una premisa, verdaderamente falsa, y si no, qué alguien conteste: ¿cuántos ex matrimonios se llevan bien? ¿Por qué se pasa tan rápido del amor al odio cuando alguien nos abandona? Si podemos entender que la persona amada es más feliz sin nosotros, y queremos ser felices por su felicidad, ¿por qué duele tanto que nos dejen de querer? Sencillamente, porque somos egoístas. Entendemos que amar implica muchas cosas, que amar tiene muchas facetas, muchas interpretaciones, muchas formas, pero siempre queremos que nos amen como nosotros queremos ser amados, como nosotros interpretamos el amor, como pensamos debe ser, desde nuestra perspectiva, desde lo que creemos, el amor para nosotros, como si el amor, tuviera una única forma, una única manera buena de manifestarse, como si dar más besos fuera “una medida válida” del valor del amor, o si decir 3 veces al día, un te quiero ( carente de sentido, por otra parte, por tanta repetición) fuera necesario para garantizar que la otra persona, nos ama, nos ama indiscutiblemente, nos ama por encima de todo, nos ama más que a ninguna otra cosa. ¡Qué equivocados estamos! ¡Qué visión tan asfixiante del amor nos han vendido!
Yo creo que, lo importante del amor, es precisamente amar, y creo, firmemente, que amar implica escuchar, compartir, comprender y estar y que, el amor, tiene un significado distinto para cada persona, una forma de sentirlo y expresarlo distinta, según cada cual, y que no hay una única manera de expresarlo, de vivirlo, que a veces, una mirada tiene más significado que un beso, y, a veces también, un silencio más valor que unas palabras. Creo que el corazón de una persona es tan grande, que caben miles de amores diferentes, y que todos son importantes sin diferencias de medidas y cantidades, sino complementarios, y, por último, creo también, que para amar uno tiene que empezar por quererse mucho a sí mismo, porque nos han enseñado equivocadamente, que el amor es sacrificio y que, en ocasiones, para amar se tiene uno que dejar de querer, para querer al otro, y yo, pienso justamente lo contrario.(Aunque esto es otra cuestión).
Pero esta es mi idea del amor, tan válida como la de cualquiera, y como no quiero caer en lo que estoy criticando, no sigo analizando y sopesando el amor, porque, el amor es incuantificable e inmedible…. Aunque sí, maravilloso.

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